En pocos días, se llevará a cabo una de las maratones más populares y, me atrevería a decir, la más importante del mundo: la Maratón de Nueva York. Más de 50.000 participantes recorrerán los 5 distritos, acompañados por casi 2 millones de espectadores. Es realmente emocionante presenciar este increíble evento deportivo que une a tantas personas y crea un ambiente de energía y superación. ¡No puedo esperar a que comience la carrera y ver a todos los corredores alcanzar sus metas!.
Y en línea con lo anterior, no quería dejar pasar la oportunidad de compartir mi experiencia corriendo esta linda carrera. Esta fue mi tercera maratón y mi primera «major». Adicionalmente, en ella logré bajar de las 4 horas. Pero más allá de las estadísticas, me gustaría compartir las sensaciones y sentimientos que acompañaron esta maravillosa competencia.
La madrugada en Nueva York me recibe con una mezcla de emoción y nerviosismo. Mientras las luces de la ciudad aún titilan, me uno a una multitud de corredores, todos con una misma meta en mente: correr el maratón de Nueva York. El ferry se convierte en un punto de encuentro donde la anticipación, emoción y expectativa llenan el aire.
A medida que el ferry se desliza por las aguas brillantes, la anticipación crece en mí. El sonido rítmico de las olas golpeando el casco resuena en mis oídos, aumentando la emoción que llena el aire. Entre el murmullo y las risas de los demás pasajeros, no puedo evitar sentir una oleada de inspiración que fluye por mis venas. Cada persona a bordo lleva consigo una historia única, su propio conjunto de esperanzas y aspiraciones.
A medida que nos acercamos a la icónica Estatua de la Libertad, símbolo de libertad y perseverancia, recuerdo el increíble desafío que nos espera. No es solo un desafío físico, sino una prueba de fortaleza mental y determinación. El maratón, con sus agotadores 42,195 kilómetros, nos llevará hasta nuestros límites y más allá, trascendiendo las barreras de lo que una vez creímos posible.
Luego del trasbordo del ferry, aparece una gran fila para los autobuses. Algunos minutos después, llegamos al sitio de concentración donde, tras el filtro de seguridad, podemos entrar.
El lugar está lleno de corredores, todos con expresiones de nerviosismo y emoción. Las miradas se cruzan, se comparten palabras de aliento y se intercambian sonrisas que transmiten un sentido de camaradería. Aunque somos extraños, compartimos un objetivo común y esa conexión es palpable en el ambiente. Las pulsaciones se aceleran mientras esperamos el momento de partida.
Mi ola es llamada a la salida, y tras retirarnos la ropa que nos mantenia calientes entramos al corral y comenzamos a caminar para llegar al mitico punto de salida, el puente Verrazano-Narrows. Luego de controlar la emocion se escuchan algunas palabras en altavoz que no logro entender y tras solo algunos segundos suena un gran cañonazo como señal de salida de este emocionante viaje, mientras la icónica canción «New York, New York» de Sinatra se convierte en el himno que marca el inicio de esta odisea y que se escucha mas fuerte que los pasos de miles de corredores. A medida que cruzamos el puente, el rugido de la multitud se mezcla con los latidos de mi corazón, y la imagen del sol en los edificios a lo lejos de aquella ciudad que nunca duerme me hipnotizan, prometiéndome una experiencia que jamás olvidaré.
Las calles de la ciudad están llenas de vida y energía. La multitud, que llena cada centímetro de la ruta, me impulsa hacia adelante, sus gritos y aplausos actuando como un viento de aliento constante en mi espalda. Cada barrio tiene su propia atmósfera única, una demostración de la diversidad y la fuerza de Nueva York.
Luego de varios kilómetros, aparece el tan temido Queenboro Bridge, el cual se levanta desafiante ante mí, un desafío que acepto con determinación y mucho respeto. La subida es dura, y me obligo a controlar la emoción pensando en los kilómetros que restan. Tras algunos kilómetros, entramos a la magnífica isla de Manhattan y mi cabeza grita que los kilómetros que quedan serán los más duros.
A medida que atravieso Manhattan, me siento como un protagonista en una película. Los rascacielos se alzan majestuosamente a mi alrededor, guiándome hacia la siguiente etapa. Aunque no puedo encontrar a mi familia en el kilómetro 30, siento su apoyo en cada paso.
Era el turno de entrar al Bronx, el puente que tenemos que atravesar. Si bien no parece uno especialmente complicado, siento un cambio en mi energía, me cuesta mantener la velocidad. Pareciera que mi cuerpo se opone a continuar, supongo que es lo que los expertos llaman «el muro». Así que mi corazón debe tomar el mando, porque la única voz que escucho en mi mente es una que me ordena parar.
En el kilómetro 36, siento cómo la euforia se apodera de mi alma mientras escucho los clamores fervorosos de mis amados hijos. Mi corazón se llena de una emoción indescriptible y las lágrimas de deleite humedecen mis ojos. A pesar de la fatiga implacable que amenaza con doblegarme, la visión de mis preciados tesoros renueva mi fuerza y enciende una llama ardiente en mi interior. Mis chicos, con sus besos y abrazos, me dan la energía suficiente para afrontar los 6 kilómetros restantes de altibajos que el majestuoso Central Park nos tenía preparados.
Cada zancada es un recordatorio de mi determinación y mi capacidad para superar obstáculos. El dolor y la euforia se mezclan en este último tramo. Finalmente, veo la línea de meta, un faro de triunfo que brilla en medio de la abrumadora emoción, cruzo la meta y nuevamente mis lágrimas aparecen, me entregan la medalla y sin pensarlo abrazo a la persona que me la pone. Acabo de terminar mi tercer maratón y mi primera Major, revalidando el amor que siento hacia el running.
El Maratón de Nueva York es más que una carrera; es una experiencia transformadora. Cada paso que he dado a través de sus calles ha sido un testimonio de mi valentía, perseverancia y espíritu inquebrantable. Cruzar la línea de meta en mi primer «major» fue un logro que jamás olvidaré, un hito que lleva consigo la emoción y el triunfo de haber superado cada obstáculo en este inolvidable recorrido. Aunque mi camino apenas comienza, este maratón ha encendido en mí la determinación de conquistar las otras cinco «majors», sueño que ahora brilla con más fuerza y que continuara guiando mis pasos en esta apasionante travesía.
La perseverancia es no rendirse, es insistir en tus sueños incluso cuando todos te dicen que los abandones. No es fácil, pero vale la pena.
Barack Obama







Que orgullo ser la mamá de este ser tan especial, disciplinado, de hermoso corazón y gran ser humano
Me gustaLe gusta a 1 persona