Este tipo de carreras no comienzan cuando se escucha el disparo en la salida, comienzan muchos meses antes con el entrenamiento, continúa con la experiencia del viaje y las horas previas, con todo lo que la rodea, los compañeros, las comidas, el ambiente y las sensaciones que permanecen en ti por mucho tiempo.
El viaje como tal, no fue diferente a cualquier otro, pareciera que al llegar al aeropuerto mi mente se pone en “piloto automático” y simplemente fluye.
Con la visita a la feria es que me di cuenta de lo que estaba a punto de suceder y fue allí que me percate que al día siguiente estaría corriendo mi primera maratón. Llevaba varios meses entrenando, sin embargo, no era más que un pensamiento abstracto y el “Maratón” no era otra cosa que una palabra que se traducía en una meta difícil, pero no se sabia realmente lo que era.
La tarde previa a la carrera, estuvimos reunidos con los otros dos compañeros de equipo con quienes correría al día siguiente y con nuestro coach (quien también correría); almorzamos, caminamos un poco y de manera casi imperceptible, el nerviosismo de todos iba en aumento con cada referencia de lo que sucedería el día siguiente. Todos con excepción del coach éramos “primiparos” por lo que no había mucha certidumbre, solo suposiciones y una gran expectativa.
A las 8.00 pm decidí irme a la cama para dormir, ya que a las 5:00am debería estar saliendo para la línea de partida. Lo que no contemple es que mi cerebro no estaba de acuerdo con que durmiera esa noche … el nerviosismo no permitía conciliar el sueño y generaba de manera automática una ansiedad y angustia ya que sabía lo importante que era descansar adecuadamente previo a la carrera y más aún si la carrera era tan importante, como la que enfrentaría al día siguiente. Un círculo vicioso donde el silencio de la habitación no ayudaba y los minutos pasaban sin ninguna compasión. No se cuanto pude dormir, pero no fueron más de 5 horas de manera fraccionada y nuevamente mi cerebro me gritaba que esto afectaría mi rendimiento sin duda alguna.
Me levanté rondando las 4:00 am, desayuné de manera rápida y salí para la carrera. Pocos minutos pasada las 5:00 am, me encontré con mis compañeros y el coach, tras los típicos preparativos y el respectivo calentamiento, nos dirigimos a los corrales de salida.
El nerviosismo ya era más que palpable en todos y tratábamos de bromear no con mucho éxito.
Comienzan los actos protocolarios, las palabras, el himno y el disparo inicial. Había comenzado a correr mi primera maratón y mi mente se abrió para disfrutar esa gran experiencia. Muchas veces había recorrido esas vías cuando había vivido en BsAs, pero esta vez era diferente, era mágico, intenso e irreal.
Los primeros 21 kilómetros fluyeron según el plan de carrera, sin embargo el kilómetro 23 se presentaba con un cansancio fuerte y un dolor en la pierna derecha, mi frecuencia cardiaca se subió a las nubes y mi mente se nublo. Me habían hablado del famoso muro, pero era muy pronto para que apareciera. No lograba mantener un pace constante, mi plan de carrera se estaba derrumbando. Con más corazón que piernas continúe, trataba de regresar al pace propuesto y no lo lograba. Los puntos de hidratación se transformaron en los pretextos perfectos para parar y descansar un poco, pero el gran problema era que cada vez que paraba era mucho más difícil arrancar de nuevo.
Continué metro a metro, con dolor, con ganas de desfallecer. Una lucha franca entre el corazón y la cabeza se planteaba en mi interior. Aquellos días de entrenamiento que perdí por mi lesión, me pasaron factura, la humildad de reconocer que aún no estaba listo apareció en mi mente y mi cerebro gritaba incansablemente que debería abandonar, al mismo tiempo el amor propio y la ilusión de terminar esta carrera aparecieron con intensidad y afortunadamente prevalecieron. Llegaron los últimos kilómetros y ya tenía claro que terminaría mi primer maratón, pero no de la forma en que hubiese querido.
Llego al kilómetro 41 y escuche un grito de ánimo, veo a Andres acercarse y sentí con agrado cuando agarró mi mano para correr los últimos metros conmigo, mientras me daba palabras de aliento y triunfo. De manera increíble este acto no solo me dio un “boost” de energía, sino que se fijó en mi memoria de manera indeleble junto a un sentimiento inmenso de agradecimiento.
Veo el arco de llegada, las lágrimas inundan mis ojos y lloró como niño los últimos metros. Paso la meta con los restos de energía que quedaba en mi cuerpo, levantando los brazos y gritando. Me acababa de convertir en un maratonista; aunque en ese momento me sentía un “survivor” más que un “finisher”. Sin embargo, acababa de lograr algo simplemente impensable meses atrás. Recibo la medalla y mi cara se transforma en una sonrisa plena, la cual no desaparece en las siguientes horas. Estoy feliz, pero también tengo un ansia de revancha que nace y no puedo controlar. Quiero correr otra maratón y no sufrir tanto.
Todo parece indicar que ese sentimiento, no es otra cosa que un enamoramiento velado y prematuro por las maratones. Estaba contando las horas para regresar a las calles, para correr de nuevo y ya comenzaba a soñar en mi siguiente maratón.
«Las raíces de los verdaderos logros residen en la voluntad de convertirse en lo mejor que puedas llegar a ser.»
HAROLD TAYLO









Deja un comentario