Llegar a la línea de partida del Maratón de Chicago es el culmen de meses de preparación y determinación. Acompañado por la emoción de estar en esa hermosa ciudad y con la compañía de una persona muy especial en mi vida, sabía que este día sería inolvidable. El arranque trajo una mezcla de nerviosismo y emoción, como cualquier otra salida de una gran carrera.
El sonido del disparo marcó el inicio de la carrera y mis piernas comenzaron a moverse al ritmo de la multitud que me rodeaba. Las calles de Chicago se convirtieron en mi escenario, con los rascacielos imponentes como testigos de mi esfuerzo. El ambiente vibrante y el bullicio de la gente animaban cada paso que daba, brindándome energía extra para seguir adelante.
A lo largo del recorrido, los espectadores brindaban su apoyo incondicional. Sus voces de aliento y los letreros personalizados me daban un impulso extra. Sentí la comunidad y la camaradería que se formaba en ese momento, donde todos éramos corredores, luchando por alcanzar la meta.
Los primeros kilómetros fluían, y la primera mitad de la carrera parecía una sincronía perfecta. La adrenalina se entrelazaba con la belleza de Chicago mientras la ciudad se desplegaba ante nosotros. Luego, en la media maratón, un momento inolvidable: Johanna se unió a mí y corrió unos metros a mi lado, dándome palabras de aliento y llenándome de energía, convirtiéndose en un viento fresco con altas dosis de energia.
Los parajes icónicos de Chicago se presentaban a lo largo del camino, mientras una multitud apasionada nos alentaba. La emblemática línea azul trazaba el rumbo, convirtiéndose en nuestra guía en los momentos de duda. A medida que avanzaban los kilómetros, la fortaleza se mantenía, alimentada por el clima perfecto y la determinación que prevalecía en mi pensamiento. En cada kilómetro recorrido, podía sentir la determinación de los corredores a mi alrededor. Personas de diferentes nacionalidades, edades y experiencias se unían en ese desafío común. Era inspirador ver cómo cada individuo estaba dispuesto a superar sus propios límites y se impulsaba hacia adelante con sus propios sueños y metas.
El kilómetro 33 fue el punto de inflexión que desató una verdadera batalla interna. Mi cuerpo, cansado pero lleno de determinación, se negaba a rendirse. Tomé la decisión de desafiar mis límites y enfrentar la adversidad. Con cada paso, cada respiración, me acerqué cada vez más a mi objetivo de clasificar para Boston. Aunque el agotamiento amenazaba con derrotarme, el fuego de la pasión, esa pasión que caracteriza a los corredores, ardió con más fuerza.
En el emocionante momento final, mi «Pepe grillo» apareció para inyectarme una dosis adicional de ánimo, infundiendo renovada energía en mis piernas. Con una determinación ardiente y un torrente de emociones, traspasé la línea de meta en un impensable tiempo de 3 horas, 11 minutos y 50 segundos, superando todas las expectativas. ¡Había conquistado mi tercera gran carrera y aún me sentía poderoso!. Además, había logrado un tiempo clasificatorio para Boston.
Recorrer Chicago fue más que una carrera; fue un viaje de fortaleza, amor y superación. El clima perfecto, los paisajes impresionantes y la compañía excepcional crearon un recuerdo imborrable. Cada paso reafirmó la convicción de que el running no solo se trata de velocidad, sino de cómo el corazón y la mente pueden llevarnos a lugares inimaginables.
El éxito es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día tras día.
Robert Collier











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