Hace 4 años comencé a correr de manera habitual. Al principio corría 3 veces a la semana y hoy día son 6 veces a la semana, lo que para algunos puede ser una locura, pero para otros no es más que el “simple” precio de lograr lo que anhelas.
Cabe aclarar que con esta periodicidad, aquel recorrido habitual que como seres de hábitos o por simple comodidad, repetimos de manera consistente durante nuestros entrenamientos, se vuelven tediosos y pesados, dejándonos a merced de la motivación y la disciplina para lograr salir de casa y “quemar” los minutos y los kilómetros, y concentrarnos más en la respiración y ritmo que en lo que nos rodea.
Por aquellos lugares habituales, es que se necesita tener la habilidad de abstraerse y hacer que tu mente trabaje diferente, evitando caer en una rutina peligrosa a la hora de buscar aquella esquiva motivación al entrenar. Si el hábito es tu gran aliado, la rutina puede ser tu enemiga más acérrima.
Por todo lo anterior, es por lo que correr por lugares extraños es increíblemente interesante. No hablo solo de viajar a ciudades cosmopolitas para correr (si bien hacerlo es simplemente espectacular); hablo desde pequeños pueblos, ciudades medianas, caminos en medio de la nada o simplemente parajes escondidos en tu ciudad.
Es fantástico el sentimiento de perderse por lugares extraños, asombrarnos en cada esquina y descubrir lugares desconocidos. Percatarnos, que aquel lugar que para muchos es su visión habitual del día a día, para nosotros es todo un descubrimiento, permitiéndonos el gran placer de asombrarnos con rincones, visiones, olores o simplemente sensaciones, más comunes de lo que parecen, pero mucho más extrañas de lo que nos percatamos.
Podría describir cientos de lugares increíbles, en los que he descubierto muchas cosas mientras corría. Desde aquella memorable noche en que corrí por el centro de mi ciudad, vagando por lugares icónicos como el Chorro de Quevedo o por las calles aledañas a la Plaza de Bolívar, o aquel otro momento en que en medio de un fondo dominguero pude explorar calles olvidadas desde mi época universitaria; o el correr por parajes de la Sabana de Bogotá durante dos días en el marco de una competencia por equipos y donde las carreteras destapadas en compañía de perros furiosos, hacían las delicias de los kilómetros.
Como olvidar también aquellas calles de los pueblos que se visitan en una escapada de fin de semana, en los que nombres como Guaduas, Tobia, Villeta, Guatapé, Rionegro o cualquier otro pueblo o ciudad, no es más que una referencia abstracta de un lugar que se conoce de manera general pero en las que al correrla se muestra de manera más sincera y te permiten extraer su esencia de manera rápida y natural.
Y como no mencionar lo afortunado que se es al perderse corriendo en ciudades maravillosas y tan diferentes a nuestro hábitat natural, como Hamburgo, Madrid, París, Amsterdam o Nueva York. Poder explorar estas ciudades y tener que contener las lágrimas de la emoción al pasar por lugares tan emblemáticos, que si bien se pueden visitar como turista o conocerlos en los libros, el running te permite verlos desde otra perspectiva y sentirlos de una manera muy especial.
En conclusión, esta podría ser una buena explicación de por qué, incontables locos viajamos miles de kilómetros con el único pretexto de correr una carrera y es sin lugar a dudas, la mejor de las explicaciones, de por qué cualquier persona que se haga llamar corredor, empaque las zapatillas para correr antes que cualquier otra cosa en el equipaje de cualquier viaje.
¿Se viaja para correr o se corre para viajar? Esa será una pregunta que difícilmente tendrá una sola respuesta. El hecho de correr, más que sumar kilómetros, es sumar experiencias, sensaciones y recuerdos. El correr es como la vida misma, donde se debe disfrutar del camino y no solo el llegar al destino, disfrutar del poder asombrarnos con lo que somos capaces, pero también de los lugares por donde nuestros pasos nos lleven, como lo haría un niño descubriendo el mundo. Sigamos disfrutando de correr por lugares extraños, disfrutando de la compañía de personas tan importantes en tu vida como lo eres tú mismo.
«No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos»
Cesare Pavese







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