Mi primera carrera

Cuatro meses después de mi primer entrenamiento estaba más que ansioso por demostrar el avance, cumpliendo el gran reto en el Avianca Runtour. Eran 10 kilómetros donde quería no solo terminarla sin parar, sino que ahora el bajar de 60 minutos era una ilusión.

Mis últimos dos meses, desde que había empezado a entrenar con Aethos, habían tenido una evolución más que interesante, sin embargo más que algunos números en el Training Peaks (los cuales en gran medida eran ilegibles e inentendibles) y las buenas sensaciones en los entrenamientos semanales, la carrera sería la real demostración de dichos avances.

El día llego y con mucho nerviosismo me dirijo al lugar de concentración. El haber viajado tanto durante el año me dio el acceso a la carpa VIP y sin tener ninguna experiencia en carreras atléticas, comienzo a asombrarme con todo y por todo. Por un lado veo a los deportistas élites, los cuales no conozco, por otro lado a equipos preparándose con representantes variopinto, demostrando lo inclusivo que puede ser el deporte. Por otra parte vi un montón de niñas lindas que más que corredoras parecían modelos y que luego me informaron que eran “influenciadoras”, mi mente tomo nota para seguirlas porque al fin y al cabo yo era muy influenciable. Tras algunos minutos caminando como si estuviera en un museo, me encontré con mi entrenador, Andres. Tras un par de minutos de relax, se transformó y comenzó a dar recomendaciones, ofrecer palabras de aliento y repetir de manera incansable, que lo más importante era disfrutar de la carrera. Calentamos con un pequeño trote, cosa que me pareció increíble porque estábamos apunto de correr muchos kilómetros y no lograba entender porque sumarle más metros al cuerpo. Con un silencio respetuoso acate las instrucciones y tras algunos minutos nos preparamos para la salida.

Entramos al corral de salida (nombre que siempre me ha parecido algo extraño y que recuerda a animales de pastoreo, tema que trataremos en otro momento), a pocos minutos de la largada. Iniciaron los actos protocolarios, palabras y presentaciones; sin embargo, mi mente no podía escuchar ni prestar atención a nada diferente que en pocos minutos estaría corriendo 10 kilómetros. Una distancia que se dice fácil y rápido, pero que al ponerlo en términos de referencia la cosa cambia. 10 kilómetros es la distancia de la Plaza de Bolívar hasta la calle 100 por la 7ma, 10 kilómetros es la distancia del Aeropuerto el Dorado a la oficina del catastro en la calle 26. 10 kilómetros son 25 vueltas a una pista atlética. Se dice fácil, pero no es para nada fácil recorrer dicha distancia, y eso era lo que mi mente me repetía una y otra vez.

Comienza la cuenta regresiva, miro mi reloj y lo preparó, la ansiedad me invade, la emoción al estar rodeado por tantas personas eufóricas es el sentimiento común. Suena el disparo y con más adrenalina que con cabeza comienza la carrera. No sé a qué ritmo voy, lo único que me percato es que comienzo a pasar a mucha gente, los metros pasan bajo mis pies y los grupos de personas se comienzan a consolidar, ya no hay tantos que me pasan como bólidos, ni tampoco pasó a tantas personas. Paso por una estación de hidratación y sin pensar me abalanzo sobre ella, cerrando a una persona que venía atrás casi golpeándola y tomo un sorbo de agua acompañado de reproches que con razón absoluta siguieron. Debería aprender de esa experiencia para las próximas oportunidades.

Los metros siguen, un puente aparece, mi ritmo está decayendo, el cansancio llega, las ideas saturan mi cerebro. Ideas de parar aparecen y te invitan a caminar, te preguntas la razón para mantenerte corriendo y mi mente aletargada no logra responder convincentemente; sin embargo, el deseo de cumplir mis objetivos se sobreponen y prevalecen en el corazón más que en mi cerebro. Me siento muy cansado, miro a mis pies con mi frente gacha, y como dice Miguel Mateos en una canción de los años 80´s; “saco fuerzas de donde no hay”. Aumentando mi motivación, aparece a mi lado una linda niña que corre despreocupadamente y sin saber muy bien la razón, mi cara se transforma para parecer tranquilo y descansado, corro con fluidez y sin desgano, igualo su ritmo y aunque el dolor de piernas me grita de manera incansable, disimulo y mi cuerpo se yergue. Los últimos metros pasan y veo el arco de llegada, acelero y paso la meta. No puedo contener las lágrimas, siendo una costumbre que se mantiene en cada una de las carreras en las que participo, sin importar la distancia o lo importante de la competencia.

Recibo la medalla y no puedo parar de sonreír, quiero mostrarla a diestra y siniestra, quiero publicar la foto en mis redes, quiero hablar de la carrera, quiero compartir mis sentimientos que en ese momento fluyen. Alegría, orgullo, motivación, satisfacción, aunque también aparece de manera preponderante el cansancio.  

He logrado algo que hasta hace poco tiempo no creía posible y más que el haber cumplido los objetivos que me había marcado, estaba entendiendo las palabras de mi coach cuando decía: “Lo más importante es que disfruten”.

Para muchos esta pudo ser una carrera más, pero para mi fue la carrera que terminó de enamorarme del mundo del “Running”. Era el momento en que quería algo más, quería un nuevo reto.

“El milagro no es que haya terminado. El milagro es que tuve el valor de empezar”

John Bingham

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑